Hace menos de diez años, dos formaciones políticas -una más que la otra, como ya diré- surgieron en España como reacción contra lo que llamaban la vieja política. La consecuencia más inmediata fue que acabaron con el bipartidismo -de modo definitivo, según bastantes; yo soy más escéptico, porque para siempre es mucho tiempo-; la más a largo plazo… que todo cambió para que, al final, todo siga más o menos igual.
Por la izquierda del PSOE surgió Podemos.
Más que un partido al uso, era una amalgama de formaciones que lo único que
tenían en común eran sus raíces comunistas; más allá de eso, cada una atendía a
sus propios intereses particulares. Lo único que mantenía unida a la formación
-y no tanto, recordemos la proliferación de portavoces parlamentarios cuando
entraron en el Congreso de los Diputados-, además de la mugre corporal de gran
parte de sus representantes (lo siento, pero la ocasión era demasiado buena
como para dejarla pasar), era el ansia por alcanzar el poder y la férrea
dirección de lo que al principio parecía ser un grupito de revolucionarios
de salón (profesores universitarios, niñas bien…) y que al final
resultó ser la ambición desbocada de un individuo con un ego inversamente
proporcional a su inteligencia.
Cuando este sujeto se cortó
(políticamente) la coleta, sucedió lo que sucede siempre en todas las dictaduras
comunistas -no nos engañemos: pese a las apariencias, la forma de dirigir la
formación neocom era cualquier cosa menos democrática- cuando desaparece
el dictador que mantenía a todos atemorizados: que los sucesores se pelean por
alcanzar el poder. Y en esas estamos, porque el Chepas se marchó dejando
nominada como sucesora a Begoño II -que ni siquiera pertenece a
los mil y un tontos del partido-, pero el núcleo que rodeaba al líder se activó en torno a la que sería sucesora natural para controlar a la designada.
Por la derecha del PSOE -o a la
izquierda del PP- surgió Ciudadanos. Al principio era una reacción contra la
deserción del bando constitucional de las sucursales regionales
catalanas de los partidos nacionales, léase PP y PSOE, porque los
comunistas nunca estuvieron por la tarea de defender a España (y los catalanes,
menos). Parecía, pues, una especie de versión renovada de UPyD, a los que
-subiendo los naranjas, bajando los magenta- incluso ofrecieron integrarse en
una única formación, opción que fue descartada por la líder magenta (los
partidos españoles siempre han sido muy personalistas, y sus líderes no suelen
andar escasos de orgullo).
A punto de sobrepasar al PP, los pomelos
fueron devorados por su propio éxito. Probablemente, nadie entienda que puedan
llegar a apoyar al PSOE en general, y al sanchismo en particular, por lo
que su pérdida de base electoral ha sido continua e imparable. Y tras la
fallida campaña de mociones de censura -dos derrotas, una victoria y una anulada
porque la censurable fue más lista o más rápida)-, la cosa se ha agudizado, y
hace un mes se les escapaban otros cuatro parlamentarios regionales, esta vez
en Valencia.
Y habían venido a cambiar la política, decían…
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