Hace casi medio siglo, Alfonso Guerra dijo que los socialistas podían meter la pata, pero que jamás meterían la mano. Hace cosa de un lustro, Alberto Garzón vino a decir que las personas de izquierdas eran poco menos que genéticamente incapaces de cometer un delito.
Aun haciendo abstracción de toda
su historia pasada, pródiga en crímenes y delitos, asesinatos y latrocinios, de
toda laya, los hechos han venido a demostrar una y otra vez que los políticos
españoles de izquierdas no sólo es que delincan: es que lo hacen más, con más
contumacia y, sobre todo, con infinito más descaro, que sus homólogos de
derechas.
Hace apenas un mes, la Unidad
Central Operativa de la Guardia Civil (UCO) detuvo al subdelegado en Valencia del
desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer, así como a
otra decena de personas. El susodicho es sospechoso de delitos de cohecho,
falsedad documental, blanqueo, tráfico de influencias y contra la Hacienda
Pública. O, en corto, de cobrar mordidas.
Genéticamente incapaces, decían…
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