No me cansaré de decirlo: lo único que evita que los golpistas catalanes se despellejen unos a otros es que España existe. Si esta nación milenaria desapareciera en un instante de la faz de la Tierra, al segundo siguiente estarían destrozándose sin piedad.
Y esto se demuestra en los
detalles más nimios. Como es el caso, hace una semana, de la trifulca entre la
presidente de la sedicente (¿la presidenta de la sedicenta?)
asamblea nacional catalana y una periodista ¡de su misma cuerda!
La representante del cuarto poder
se queja de que se dirigieron a ella por teléfono para reclamarle el pago de
unas cuotas atrasadas, y que cometieron la osadía de hacerlo en español. Ella alegó
que se había dado de baja hacía tiempo. Lo que no dijo, y sí fue revelado por
la líder esa, es que se habían dirigido a ella en ese idioma que todos los
españoles tienen derecho a usar y el deber de conocer… ¡porque su contestador
automático tenía el mensaje en la lengua de Cervantes (el de verdad, no el de
los delirios catalinos)!
La cosa acabó con la periotonta
amenazando con denunciar a la organización a la Agencia de Protección de Datos,
diciendo a la presidente que le está tocando los cojones (sic) -lo que uno hace
que se pregunte por su sexo verdadero- y retratando la realidad en términos
lapidarios y exactísimos:
Así están, con menos poder de convocatoria que un vendedor de cervezas en una mezquita, dándose de baja todo dios
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