Dejando aparte lo estéril -a veces en sentido puramente literal- de sus ideas, una de las cosas que más detesto en los giliprogres es su incoherencia.
Y ojo, que no me refiero (esta
vez) al hecho de que prediquen el reparto de la riqueza mientras se dedican a
acaparar todo lo que pueden, ni que critiquen el nepotismo cuando ellos lo
practican de un modo obceno, ni que exijan a los demás la observancia de unos
principios supuestamente éticos que ellos se pasan por el forro… que también, todas
esas cosas, cada una de ellas y muchas más que ahora no recuerdo.
No, esta vez me refiero a la
incoherencia en el discurso. Específicamente, a la cansina cuestión de
género. Esta es una que enfrenta a los paleoprogres (Lidia Falcón o
la indocta egabrense) con los neoprogres (de los que el ejemplo más acabado
sería, válgame Dios, la calientacamas del Chepas).
Los primeros (¿las primeras?) distinguen
entre hombres y mujeres; los segundos (segundas, segundes, segundis, segundus)
consideran esas dos categorías, además de muchas intermedias, periféricas y
mixtas. En este último grupo, la confusión es comprensible; pero en el primero,
también hablan de violencia de género, igualdad de género,
discriminación de género… y no les entra en la cabeza -o sí, pero las
ideas no se transmiten en el vacío- que lo que tienen género son las palabras,
no las personas. Las personas lo que tienen es sexo.
Y si son afortunados, hasta lo
disfrutan…
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