Suele decirse, por parte de unos y de otros, que determinados políticos no representan a la gente. Lo dijeron los perroflautas de la casta, cuando afirmaban -no deja de tener gracia emplear el verbo afirmar para introducir una proposición negativa- que no nos representan.
Lo pensamos muchos del
desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer y de la patulea
roja, terrorista, golpista y racista que le sostiene parlamentariamente:
tampoco nos sentimos representados por él.
Sin embargo, hay un sitio donde
unos ciertos partidos sí representan a una cierta gente. Gente a la que han
adoctrinado, han lavado el cerebro, han sorbido los sesos, hasta convertirles
en una masa aullante que sólo sabe odiar, destrozar y destruir.
El lugar es Cataluña; los partidos, el conglomerado golpista y aquellos que, como la franquicia regional de los de la mano y el capullo, les apoyan; la gente, las turbas separatistas que aquéllos azuzaron y creen controlar, pero que -la Historia nos lo enseña- les será imposible; el objeto de su odio, los que no comulgan con sus ideas, con Vox a la cabeza.
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