El gran problema de los fanáticos -además de, como dijo Churchill, ser alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema-, sean religiosos o ideológicos (esto es, políticos) es que están tan convencidos de sus postulados que no sólo no van a renunciar a ellos, sino que llegado el caso se los impondrán a los demás.
Fue el caso del cristianismo en
el pasado, es el caso del islamismo desde sus orígenes hasta la actualidad (y
no lleva trazas de ceder) y es el caso de las izquierdas, tanto más cuanto más
a la izquierda se encuentren. Da lo mismo el ismo de que se trate -feminismo,
vegetarianismo, ecologismo, pacifismo…-, lo llevarán al extremo y obligarán a
los demás, ya sean contrarios o simplemente reticentes o tibios.
Es el caso del feminismo mal
entendido, que pretende la terminación de la separación por sexos (sí, ya lo
sé, ellos dicen género, pero que ellos lo digan mal no significa que yo
deba hacerlo) en todos los órdenes de la vida, del deporte hasta los aseos
públicos.
A esta corriente se ha opuesto un
gremio tan tradicionalmente de izquierdas como el del cine. En concreto,
actrices y cineastas se han declarado en contra de suprimir el género en los premios del festival de San Sebastián.
Sí, ese festival en el que nunca, que yo recuerde, se han condenado los crímenes de ETA.
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