Dice el viejo refrán castellano que no ofende quien quiere, sino quien puede. Y a Su Majestad el Rey don Felipe VI, a quien Dios guarde muchos años, no puede ofenderle, por mucho que lo intenten, la panda de giliprogres que se ha enseñoreado de la política española de un tiempo a esta parte.
Es más, cuando lo intentan, lo que
hacen es quedar en evidencia, dejando bien patentes su falta de clase, de
educación y hasta de vergüenza. Es lo que ha sucedido en el ayuntamiento de
Barcelona, presidido desde hace un sexenio por la bruja Piruja, una
inútil de marca mayor, sectaria y estúpida, a la que el Tribunal Supremo ha
obligado a restituir en el salón de plenos del consistorio de la ciudad condal un
retrato del Jefe del Estado.
Cumpliendo la letra de la
resolución judicial, que no el espíritu de la misma, la primera edil de la
capital de Cataluña ha colocado un retrato minúsculo, y en un lugar apartado. Creerá,
probablemente, que con esto hace un desdoro a la monarquía, de la que abomina y
gracias a la cual vive de un modo que por sus méritos personales y
profesionales (ejem) jamás habría alcanzado.
En realidad, lo único que ha demostrado es lo mucho que le molesta cumplir la Ley cuando la norma no le gusta.
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