Algún conocido tengo, y no precisamente de izquierdas -diría yo- que considera que el Partido Popular debería ceder en las negociaciones para la renovación de los órganos constitucionales. Esas mismas personas dicen que si el PP no transige es porque tiene ahora mismo mayoría en esos órganos -lo cual es una demostración bastante palmaria de la partitocracia que impregna toda la vida política española, ya que tendemos a considerar a los miembros de las altas magistraturas del Estado, no por la valía personal de sus titulares, sino por el partido político que les propuso-, y que no debería contribuir al mantener el descrédito que nuestras instituciones tienen tanto a este lado de los Pirineos como al otro.
Sin embargo, hay otra manera de
ver las cosas. La que eligió, por ejemplo, Winston Churchill al alcanzar el
puesto de primer ministro del Reino Unido. Cuando todas las mentes prudentes le
aconsejaban pactar con Hitler para así sobrevivir, el perfirió perseverar al
modo en que un marino español, cuatro décadas largas antes, dijo aquello de antes
prefiero honra sin barcos que barcos sin honra.
Por eso, que el PP se resista a
plegarse al rodillo social-comunista-golpista-terrorista-progresista que
pretende arrollarlo se me antoja, según escribo, una necesidad. Rebus sic stantibus,
es decir, mientras el modo de elección de aquellos que deben ser elegidos no
varíe, el que haya una mayoría de propuestos por el PP nos asegura un mínimo de
contención contra el tsunami antidemocrático y liberticida que suponen el
psicópata de la Moncloa y sus secuaces.
No voy a decir que los del PP son
(necesariamente) mejores que los del PSOE. Mi sesgo ideológico no me ciega
hasta esos extremos. Pero sí estoy convencido de que son, en general, menos
malos.
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