En los últimos tiempos (¿decenios?), la jerarquía católica española ha dejado bastante que desear en cuestiones políticas, especialmente la de las sucursales catalana y vasca, siempre más próximas a los postulados terroristas o golpistas que a los valores verdaderamente católicos en cuanto que universales.
La Conferencia Episcopal, sin
embargo, parecía quedar al margen, o por encima, de estos devaneos, y defendía
nítidamente el ordenamiento jurídico y la unidad de España. Algo que ha
cambiado en la última quincena.
En efecto, hace dos semanas el órgano
de gobierno de la Iglesia en España declaraba, ante los indultos a los golpistas
catalanes, que estaban como los obispos catalanes, por el diálogo. Luego
se supo que esta declaración de apoyo al psicópata de la Moncloa (quien apoya
la medida, apoya al medidor) no era tal, y que había sido el secretario
general de la Conferencia el que se había (auto) erigido como portavoz de todos
los obispos españoles -soltando perlas como abandonar actitudes inamovibles
o generar un clima de amistad civil y de fraternidad- cuando en realidad
lo que se había producido era una discusión de tal enjundia que se llegó al
compromiso de no publicar ninguna nota, ni a favor ni en contra.
Es decir, que el portavoz se erigió
metonímicamente en representante del todo, cuando sólo lo sería de una parte. De
la parte que representan los obispos catalanes y el presidente de la Conferencia,
a la sazón arzobispo de Barcelona.
La verdad, no sé qué tienen Cataluña y Vascongadas que obispo que aterriza allí, obispo que se ve abducido por las tesis separatistas. Alguien debería estudiarlo… y algunos deberían hacérselo mirar.
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