Como no me canso de repetir, lo único que evita que los golpistas catalanes se despellejen entre sí es la existencia de España, a la que profesan un odio todavía superior al que se inspiran unos a otros.
Es decir, si España
desapareciera, desaparecerían también los golpistas catalanes, asesinados los
unos por los otros (y el tipo penal empleado no anda desencaminado, viendo cómo
se comportaron en otras épocas).
El último ejemplo lo hemos tenido hace unos días, cuando Cocomocho torpedeó la mesa de diálogo sobre Cataluña entre el psicópata de la Moncloa y la Pera Aragonesa. En cierto modo, o dentro de su lógica retorcida, actúa cuerdamente: los jotaporcatos no tienen ninguna fe en lo que se pueda obtener en ambas mesas, técnica y política, y comienzan a difundir la teoría de que no hará falta esperar dos años para constatar que el diálogo con el gobierno es una vía muerta. También censuran la supuesta vis pragmática de los ierreceos, que habrían adoptado el papel de la vieja Convergencia para asentarse en la Generalidad mientras diluye la hoja de ruta separatista.
Es decir, que no se fían los unos de los otros ni el pelo de un calvo. Y hacen bien: yo tampoco me fiaría.
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