Hay muchas razones por las cuales detesto al Fútbol Club Barcelona. Todo arrancó con un partido de baloncesto entre el Barça y el Madrid, en el que los hinchas culés se dedicaban a llamar hijo de puta a Arvydas Sabonis. Como decía yo, dirigir ese epíteto a, por ejemplo, Dražen Petrović tendría una justificación, pero el pivot lituano se ha conportado siempre, dentro y fuera de la cancha, con una cortesía exquisita.
A partir de ahí, la cosa vino
rodada, y que la entidad se sumara a las reclamaciones secesionistas (o que se
dejara utilizar) por ellas no ha contribuido precisamente a minorar mi desprecio
por todo lo rojiazul. Quizá influya el sesgo de confirmación, por el que miraré
mal todo aquello que diga o haga alguien que me cae mal.
Lo más irónico es que, según Wikipedia,
la letra del himno del Barcelona hace referencia al carácter abierto e
integrador del club, con la intención de no diferenciar la procedencia
geográfica de los seguidores donde lo que realmente importa es apoyar al equipo
y lograr la unión por la fuerza azulgrana. Nada más lejos de la realidad, donde
tanto directivos como algunos jugadores -charnegos incluso, como Javier
Hernández- se dedican a denigrar a España y a los españoles.
A esto no ha sido ajeno el
estríper aeroportuario, que utilizó la entidad como un trampolín para emprender
una corta y poco exitosa carrera política, y que -otro vendrá que bueno te
hará- ha vuelto a presidir la entidad dos veces salvada por Franco. En relación
con los indultos, el susodicho ha declarado que se alegra por los indultos,
porque le ilusiona el entendimiento.
Pues a ver si me entiendes, h*** d* l* g********* p***: si seguís por ese camino, no os va a apreciar ni el tato.
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