Podría decirse que hay dos maneras de hacer las cosas: la correcta y la que elegirá el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer. De manera ineludible, y aunque los fines perseguidos puedan ser -concedamos el beneficio de la duda a semejante grupito, aunque sean una panda de psicópatas- los más loables, el camino que elegirán será, ineluctablemente, el peor de los posibles.
Tomemos el caso del confinamiento
forzado y forzoso de los españoles hace ahora dieciséis meses. Ante un pueblo
tan ácrata y tan poco inclinado a hacer lo que se le dice como el español,
salvo que se le ordene taxativamente -y, en ocasiones, ni por esas-, la única
manera de contener ligeramente la explosión de la pandemia -una bomba que ellos
mismos habían cebado a conciencia, negando la evidencia, ocultando datos y
afirmando que el machismo mata más que el virus, por ejemplo- era
meternos a todos en casita por una buena temporada.
Dicho esto, había dos maneras de
hacerlo: la correcta -decretando el estado de excepción- y la que siguió el
consejo de ninistros, estableciendo un estado de alarma cuyos efectos
iban mucho más allá de los que permite el ordenamiento jurídico. Parafraseando
a Abraham Lincoln, podían haber confinado a algunos todo el tiempo o a todos
algún tiempo, pero lo que hicieron fue confinar a todo el mundo todo el tiempo.
Y como lo que no puede ser no
puede ser, y además es inconstitucional, el Tribunal que se ocupa de esos temas
ha sentenciado que el confinamiento del Ejecutivo vulneró, no uno, sino tres derechos fundamentales: los de circulación, residencia y reunión.
Por ello, y por mucho más…
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