En política, como en la vida, las formas no lo son todo, pero sí son importantes. Y si no se guardan las formas, uno empieza prometiendo acatar la Constitución por imperativo legal y acaba haciéndolo por la aurora boreal, por la inmortalidad del cangrejo de río o por la república independiente de la casa de cada cual.
Tenemos así que las sesiones
constituyentes de las cámaras legislativas se suelen convertir en un rosario de
proclamas más o menos rimbombantes y más o más estúpidas, en las que nos comparecientes
se pasan por el epidídimo la seriedad, la solemnidad, el sentido del ridículo y
hasta la sinceridad que se les supone.
No hablamos ya de la toma de
posesión de alguno de los consejos de ninistros del psicópata de la
Moncloa, donde alguna de las comparecientes hablaban de consejo de ministros
y ministras o, directamente, de consejo de ministras.
Hace un mes, al constituirse la
asamblea legislativa regional madrileña, una de las parlamentarias -de
izquierdas, claro: estas estupideces siempre las perpetran las izquierdas… o
los necionanistas; otra cosa que tienen en común- quiso prometer por
un Madrid verde y feminista. La presidente de la asamblea, ni corta ni
perezosa, la dejó con la palabra en la boca y pasó a la siguiente persona en la fila… que tenemos cosas más importantes que hacer que el payaso, le faltó
decir. Y que me perdonen los payasos.
Una nota personal. Cuando
servidor tomó, hace ya casi un cuarto de siglo, posesión de su puesto, la chuleta
que nos dieron estaba mal redactada, ya que comenzaba diciendo Juro (o
prometo) por mi conciencia y honor… Me vi así obligado a jurar por mi
conciencia y honor, cuando lo que ocurre si se jura es que simplemente pasa
eso, se jura, poniendo a Dios por testigo de lo que se dice.
Y el Señor, que todo lo ve y todo lo sabe, basta. Ante eso, ni conciencia, ni honor, ni gaitas.
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