Una de las (pocas) cosas buenas (y legales) que han hecho los socialistas en la lucha contra el terrorismo vasco de ultraizquierda fue la llamada dispersión de los presos de la banda de asesinos.
Por dispersión no sólo se
entendía tenerlos repartidos; también era tenerlos alejados de Vascongadas,
cuanto más lejos mejor. Los cómplices de la banda, los colaboracionistas y los
gilipuertas afirmaban que esto suponía un sufrimiento para los familiares de
los presos, que tenían que desplazarse grandes distancias para verlo. A esto, aquellos
que tenían un par de dedos de frente y que conservaban el par de dídimos
señalaban que más sufrían los familiares de los asesinados, que tenían que visitar
a sus parientes en el cementerio.
Entre las muchas villanías -y no
precisamente la menor- del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia
de padecer se encuentra la eliminación de aquella medida, llevada a cabo por el
ninistro Pekeño. A comienzos de este mes, trasladó a los últimos presos que quedaban al Sur de Madrid.
Y no vale decir que ETA está vencida, porque no lo está. Bien al contrario, ha vencido: está en las instituciones, condiciona la política del gobierno y no muestra el menor arrepentimiento, ya que hay asesinos que dicen que volverían a matar si tuviesen otra vida.
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