Subido a la soberbia o cegado por la ambición, es probable que ni el psicópata de la Moncloa ni su Rasputín particular hayan calibrado completamente las consecuencias de sus actos y decisiones. O quizá sí, pero no les importa. La verdad, uno ya no sabe qué es peor.
Porque que la manga ancha con los
golpistas catalanes iba a proporcionar al resto de los enemigos internos de España
la excusa que necesitaban para subir el importe de sus apuestas estaba bastante
claro. Era sólo cuestión de tiempo, y no demasiado.
Hace apenas dos semanas, el
terrorista convicto y confeso, que por sus crímenes debería estar inhabilitado
a perpetuidad para ocupar cualquier cargo público, y permanecer un tiempo
similar pudriéndose entre rejas, aprovechaba los indultos a los golpistas para
pedir la excarcelación de los asesinos vascos de ultraizquierda, compañeros de
la misma organización criminal de cuya fachada política ahora forma parte,
diciendo que la existencia de presos políticos en Cataluña y Vascongadas
–en alusión a los terroristas– evidencia que existe un problema nacional.
Como ocurre con todos los
izquierdistas, la coincidencia con la verdad se produce inintencionadamente. Porque,
en efecto, hay un problema nacional, y es evidencia de ello la existencia de
políticos presos: el problema son los terroristas, los golpistas y el psicópata
que les da cancha política a unos y otros.
Y hasta que no nos libremos de esa impía trinidad, España no podrá empezar a respirar tranquila.
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